miércoles, 28 de enero de 2015

El libro azul.

Buenos días a tod@s. Como ya se acerca el día de San Valentín, me pareció una buena oportunidad de ponerme ñoña y colgar un realto que he escrito y que voy a utilizar para varias cosas.
En un momento de lucidez, he decidido titularlo <<El libro azul>>. Allá va y espero que os guste.


Allí estaba yo, sentada en la parada de autobús. El día había sido tremendo, y yo solo tenía ganas de llegar a casa, dame una buena ducha, cenar algo y dormir. Solo quería que acabase todo ya.
Como tenía tiempo de sobra, decidí leer algo. Abrí mi bandolera hecha a mano, y saqué mi libro preferido. El libro, ajado por el tiempo, estaba envuelto en papel de regalo azul con pequeños lunares blancos, tras haber destrozado la portada una vez que me lo llevé a la piscina.
El libro parecía viejo, pero en realidad era todavía más viejo: mi abuela me lo dio cuando tenía nueve años, y ella ya lo había tenido antes, así que las páginas incluso amarilleaban.
No obstante, lo abrí y me puse a leer: primero, el título, y después, esa dedicatoria tan bonita del autor hacia su familia que siempre me había hecho como mínimo sonreír. Miré al cielo tras haber oído un trueno, y tuve la sensación de que nada podía ir peor aquel día.
Sin embargo, me armé de valor y con cuidado pasé esa página para que no se rompiera más de lo que ya estaba, y me metí de lleno en el libro. Capítulo uno. Aquellas primeras palabras de la narración describían a mi personaje favorito: un chico.
No tengo miedo de admitir que estoy profunda completa e irracionalmente enamorada de un personaje. Es solo que soy consciente de que no voy a encontrar a nadie igual que él.
Conforme voy pasando las páginas, casi puedo sentir la mirada de sus ojos grisáceos, sus hoyuelos o esa media sonrisa descarada que enseña unas paletas un poco torcidas. Casi puedo sentir el sonido de sus enormes manos golpeando las teclas del piano mientras se hace el café, que va a recoger con el pelo revuelto, de tanto tocar, o pensar, o vivir…
Nadie sabe lo mucho que lo he necesitado todo este tiempo. Nadie sabe las innumerables veces que me he refugiado en él cuando todo iba mal, o las innumerables veces que he imaginado que está ahí, a mi lado, abrazándome y diciendo que todo iba a ir bien cuando mi mundo se venía abajo y el miedo me calaba hasta los huesos.
Y es que él era así. No era el típico héroe que vuelve locas a todas las chicas. No. Era un chico totalmente normal y corriente, a veces incluso borde, como cualquier ser humano, pero en realidad, era más humano que muchos de ellos. Era un poco reservado, introvertido, como si quisiera ocultar un secreto… Eso era realmente lo que me fascinaba de él que era como las amatistas con un exterior común, pero con una piedra preciosa en el interior.
Solo tenía un pero: no era real. Por mucho que me hubiese gustado que lo fuera no era más que un mero pensamiento en la mente de un autor que, en algún momento de locura - o quizás de lucidez- se empeñó en enamorar a las chicas con alguien que jamás podrían encontrar.
Este pensamiento, unido a que parecía que llevaba siglos esperando al autobús, inundó mis ojos de lágrimas, y no pude evitar llorar desconsoladamente. Por suerte, el vehículo llegó justo a tiempo, y yo me dispuse a subir a él.
Ya estaba pagando cuando decidí levantar la vista hacia el paso de cebra que tenía delante, y, para mi sorpresa, ahí estaba él. Me miraba fijamente, con una media sonrisa, como si supiera que mataría por él. Me guiñó uno de sus ojos grises, cruzó la carretera y desapareció entre la gente.
<<Ahora o nunca>> pensé, y habiendo pagado y todo, me bajé del autobús de un salto y corrí tras el chico de mis sueños.
¿Era como yo creía que era? ¿Sabría quién era yo? Y, lo que es más, ¿era real o solo era un espejismo de mi mente cansada? No lo sé, pero lo iba a averiguar justo en aquel momento.

Ea, pues ahí lo tenéis. Es una lástima que yo sea una de esas personas que odian San Valentín y piensan que el amor es algo que se debe demostrar cada día ¿verdad?
Allá va mi toque personal.







Lulú

jueves, 15 de enero de 2015

Luces de Bohemia.

Hola.
En mi primera entrada en este nuevo y flamante blog, quería hablar de una de mis múltiples tareas escolares.
Estoy en segundo de bachillerato -también conocido como mi infierno personal-, ergo siempre tengo agujetas en el cerebro-.
No obstante, ahora vivo en un período de tranquilidad estudiantil (esto es como la inversa de <<después de la tormenta llega la clama>>), y me puedo permitir pequeños lujos tales como disfrutar de una de las numerosas lecturas obligatorias de mi cárcel.
Pues bien, la lectura en cuestión es el esperpento Luces de Bohemia, de Valle-Inclán. Esta lectura no era obligatoria del todo, pero sí lo era ver una adaptación cinematográfica de la misma (MUY buena, por cierto, pese a su antigüedad), y una servidora decidió comparar el libro con la película.
El libro es una obra de teatro estupenda. Para mí, el teatro es un género muy ameno, debido a la rapidez con la que se desarrolla la acción en el mismo (esto a veces no ocurre en una novela, y ya no hablemos de en un poema) pese a la opinión de muchos de mis compañeros.
No obstante, el objetivo de esta entrada no es hacer una crítica literaria de esta obra, que para mí es maravillosa, sublime, estupenda y todos los superlativos equivalentes, sino hacer una pequeña reflexión de la misma.
Debo reconocer que mientras veía la película, en varias ocasiones me sorprendía a mí misma negándole a la pantalla con indignación e incluso llorando. Quizás lo más trágico de todo esto es que no lloraba por el trágico (valga la redundancia) final del protagonista, sino por el trágico final de la sociedad española. O más bien por su trágico modo de ser en general.
Uno de los rasgos que más me llama la atención de la Generación del 98 es su cercanía a la actualidad. Personalmente, encuentro un paralelismo como una casa entre la sociedad en la que ellos vivían y en la que yo vivo.
Así, esta sociedad es como un individuo infectado que espera una ayuda humanitaria que no llega. Pero claro, ¿cómo va a llegar la ayuda si los individuos no juegan el papel de médicos, sino de parásitos? La sociedad enferma, mientras tanto, espera a que el antibiótico salvador llegue, pero es consciente de que queda mucho para ello. Quizás algún científico loco logre algo algún día (parece un trabalenguas), pero creo que se empieza a dar cuenta de que está destinada a morir.
De todos modos, ¿qué importa mi opinión, si solo soy un microorganismo que infecta al colectivo que es la sociedad? Aunque sea una bacteria, algún día quiero formar parte de la vacuna que enseñará a los hombres buenos los fracasos que se cometieron en el pasado y que ellos nunca deben volver a cometer. Supongo, por esto, que mi opinión importa... ¿A quién? No lo sé. Vivo en una sociedad que cambia la competitividad sana por la más corrupta indiferencia, una sociedad que hace de tripas corazón y de ojos que no ven, corazón que no siente.
En definitiva, vemos con el estómago: si mi barriga está llena, que le den al de al lado. Pero debo cuidar que no esté muy llena, porque si no, no podré entrar en ese vestido tan mono y caro que me he comprado.
Mi sociedad se rige por el conformismo, la falta de solidaridad y el dinero. Así, la personificación de ello en la obra la encontramos en Don Latino de Híspalis, a quien le da igual que su amigo ciego se muera mientras pueda robarle su cartera. En este país, tu mejor amigo es el que más daño te hace...
Al final va a resulta que Valle-Inclán no animalizaba la sociedad en su esperpento, sino que la sociedad, lamiendo la herida de su orgullo, se envalentona con el autor y decide creerse superiores al resto de seres, cuando no se da cuenta de que son mil veces inferiores. 
Al fin y al cabo, la sociedad sigue un proceso ridículo de selección natural en el que, pese a la falta de competitividad, todos luchamos entre nosotros por algo que desconocemos.
Este individuo infectado solo recibe cuidados paliativos para frenar el dolor que causa la septicemia, cuidados que parece que van a mejorar su situación, pero en realidad solo la adormecen, y la hacen quizás todavía más idiota de lo que ya es ( en palabras del autor: <<si eso es posible>>). Duerme, España, disfruta de tu sueño, del que espero que algún día despiertes con ánimos de vivir. Duerme, animal herido, orgullo magullado por el paso del tiempo y de los hombres. Duerme, pequeño país soleado, y despierta con la luz de un nuevo amanecer, acaso, más bello.
Mientras tanto, grande, Valle-Inclán, grande, España, y grande, indiferencia, somnífero de la población que muchas veces envidio, pero sobre todo, grande, insomnio, que quedas reflejado en estas letras que, espero que sin sonar prepotentes, hagan pensar a alguien al igual que yo pienso.
Buenas noches, genios embotellados. Espero que salgáis de la lámpara algún día y le concedáis deseos a quienes más los necesitan.
 Buenos días, mundo, hasta mañana por la mañana. 
Lulú.