En un momento de lucidez, he decidido titularlo <<El libro azul>>. Allá va y espero que os guste.
Allí estaba yo, sentada en la parada de autobús. El día había sido tremendo, y yo solo tenía ganas de llegar a casa, dame una buena ducha, cenar algo y dormir. Solo quería que acabase todo ya.
Como tenía tiempo de sobra, decidí leer algo. Abrí mi bandolera hecha a mano, y saqué mi libro preferido. El libro, ajado por el tiempo, estaba envuelto en papel de regalo azul con pequeños lunares blancos, tras haber destrozado la portada una vez que me lo llevé a la piscina.
El libro parecía viejo, pero en realidad era todavía más viejo: mi abuela me lo dio cuando tenía nueve años, y ella ya lo había tenido antes, así que las páginas incluso amarilleaban.
No obstante, lo abrí y me puse a leer: primero, el título, y después, esa dedicatoria tan bonita del autor hacia su familia que siempre me había hecho como mínimo sonreír. Miré al cielo tras haber oído un trueno, y tuve la sensación de que nada podía ir peor aquel día.
Sin embargo, me armé de valor y con cuidado pasé esa página para que no se rompiera más de lo que ya estaba, y me metí de lleno en el libro. Capítulo uno. Aquellas primeras palabras de la narración describían a mi personaje favorito: un chico.
No tengo miedo de admitir que estoy profunda completa e irracionalmente enamorada de un personaje. Es solo que soy consciente de que no voy a encontrar a nadie igual que él.
Conforme voy pasando las páginas, casi puedo sentir la mirada de sus ojos grisáceos, sus hoyuelos o esa media sonrisa descarada que enseña unas paletas un poco torcidas. Casi puedo sentir el sonido de sus enormes manos golpeando las teclas del piano mientras se hace el café, que va a recoger con el pelo revuelto, de tanto tocar, o pensar, o vivir…
Nadie sabe lo mucho que lo he necesitado todo este tiempo. Nadie sabe las innumerables veces que me he refugiado en él cuando todo iba mal, o las innumerables veces que he imaginado que está ahí, a mi lado, abrazándome y diciendo que todo iba a ir bien cuando mi mundo se venía abajo y el miedo me calaba hasta los huesos.
Y es que él era así. No era el típico héroe que vuelve locas a todas las chicas. No. Era un chico totalmente normal y corriente, a veces incluso borde, como cualquier ser humano, pero en realidad, era más humano que muchos de ellos. Era un poco reservado, introvertido, como si quisiera ocultar un secreto… Eso era realmente lo que me fascinaba de él que era como las amatistas con un exterior común, pero con una piedra preciosa en el interior.
Solo tenía un pero: no era real. Por mucho que me hubiese gustado que lo fuera no era más que un mero pensamiento en la mente de un autor que, en algún momento de locura - o quizás de lucidez- se empeñó en enamorar a las chicas con alguien que jamás podrían encontrar.
Este pensamiento, unido a que parecía que llevaba siglos esperando al autobús, inundó mis ojos de lágrimas, y no pude evitar llorar desconsoladamente. Por suerte, el vehículo llegó justo a tiempo, y yo me dispuse a subir a él.
Ya estaba pagando cuando decidí levantar la vista hacia el paso de cebra que tenía delante, y, para mi sorpresa, ahí estaba él. Me miraba fijamente, con una media sonrisa, como si supiera que mataría por él. Me guiñó uno de sus ojos grises, cruzó la carretera y desapareció entre la gente.
<<Ahora o nunca>> pensé, y habiendo pagado y todo, me bajé del autobús de un salto y corrí tras el chico de mis sueños.
¿Era como yo creía que era? ¿Sabría quién era yo? Y, lo que es más, ¿era real o solo era un espejismo de mi mente cansada? No lo sé, pero lo iba a averiguar justo en aquel momento.
Allá va mi toque personal.
Lulú