En mi primera entrada en este nuevo y flamante blog, quería hablar de una de mis múltiples tareas escolares.
Estoy en segundo de bachillerato -también conocido como mi infierno personal-, ergo siempre tengo agujetas en el cerebro-.
No obstante, ahora vivo en un período de tranquilidad estudiantil (esto es como la inversa de <<después de la tormenta llega la clama>>), y me puedo permitir pequeños lujos tales como disfrutar de una de las numerosas lecturas obligatorias de mi cárcel.
Pues bien, la lectura en cuestión es el esperpento Luces de Bohemia, de Valle-Inclán. Esta lectura no era obligatoria del todo, pero sí lo era ver una adaptación cinematográfica de la misma (MUY buena, por cierto, pese a su antigüedad), y una servidora decidió comparar el libro con la película.
El libro es una obra de teatro estupenda. Para mí, el teatro es un género muy ameno, debido a la rapidez con la que se desarrolla la acción en el mismo (esto a veces no ocurre en una novela, y ya no hablemos de en un poema) pese a la opinión de muchos de mis compañeros.
No obstante, el objetivo de esta entrada no es hacer una crítica literaria de esta obra, que para mí es maravillosa, sublime, estupenda y todos los superlativos equivalentes, sino hacer una pequeña reflexión de la misma.
Debo reconocer que mientras veía la película, en varias ocasiones me sorprendía a mí misma negándole a la pantalla con indignación e incluso llorando. Quizás lo más trágico de todo esto es que no lloraba por el trágico (valga la redundancia) final del protagonista, sino por el trágico final de la sociedad española. O más bien por su trágico modo de ser en general.
Uno de los rasgos que más me llama la atención de la Generación del 98 es su cercanía a la actualidad. Personalmente, encuentro un paralelismo como una casa entre la sociedad en la que ellos vivían y en la que yo vivo.
Así, esta sociedad es como un individuo infectado que espera una ayuda humanitaria que no llega. Pero claro, ¿cómo va a llegar la ayuda si los individuos no juegan el papel de médicos, sino de parásitos? La sociedad enferma, mientras tanto, espera a que el antibiótico salvador llegue, pero es consciente de que queda mucho para ello. Quizás algún científico loco logre algo algún día (parece un trabalenguas), pero creo que se empieza a dar cuenta de que está destinada a morir.
De todos modos, ¿qué importa mi opinión, si solo soy un microorganismo que infecta al colectivo que es la sociedad? Aunque sea una bacteria, algún día quiero formar parte de la vacuna que enseñará a los hombres buenos los fracasos que se cometieron en el pasado y que ellos nunca deben volver a cometer. Supongo, por esto, que mi opinión importa... ¿A quién? No lo sé. Vivo en una sociedad que cambia la competitividad sana por la más corrupta indiferencia, una sociedad que hace de tripas corazón y de ojos que no ven, corazón que no siente.
En definitiva, vemos con el estómago: si mi barriga está llena, que le den al de al lado. Pero debo cuidar que no esté muy llena, porque si no, no podré entrar en ese vestido tan mono y caro que me he comprado.
Mi sociedad se rige por el conformismo, la falta de solidaridad y el dinero. Así, la personificación de ello en la obra la encontramos en Don Latino de Híspalis, a quien le da igual que su amigo ciego se muera mientras pueda robarle su cartera. En este país, tu mejor amigo es el que más daño te hace...
Al final va a resulta que Valle-Inclán no animalizaba la sociedad en su esperpento, sino que la sociedad, lamiendo la herida de su orgullo, se envalentona con el autor y decide creerse superiores al resto de seres, cuando no se da cuenta de que son mil veces inferiores.
Al fin y al cabo, la sociedad sigue un proceso ridículo de selección natural en el que, pese a la falta de competitividad, todos luchamos entre nosotros por algo que desconocemos.
Este individuo infectado solo recibe cuidados paliativos para frenar el dolor que causa la septicemia, cuidados que parece que van a mejorar su situación, pero en realidad solo la adormecen, y la hacen quizás todavía más idiota de lo que ya es ( en palabras del autor: <<si eso es posible>>). Duerme, España, disfruta de tu sueño, del que espero que algún día despiertes con ánimos de vivir. Duerme, animal herido, orgullo magullado por el paso del tiempo y de los hombres. Duerme, pequeño país soleado, y despierta con la luz de un nuevo amanecer, acaso, más bello.
Mientras tanto, grande, Valle-Inclán, grande, España, y grande, indiferencia, somnífero de la población que muchas veces envidio, pero sobre todo, grande, insomnio, que quedas reflejado en estas letras que, espero que sin sonar prepotentes, hagan pensar a alguien al igual que yo pienso.
Buenas noches, genios embotellados. Espero que salgáis de la lámpara algún día y le concedáis deseos a quienes más los necesitan.
Lulú.
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